Mi trabajo tenía las entrevistas contadas. Aunque no te veas la cara ni hables por teléfono, es fundamental otorgar autoridad a quienes tienen el poder de cambiar el titular y el deber de comunicártelo. También tenían el poder de echarme y eso es lo que decidieron hacer. El matrimonio que se quedó con el mando de la revista quería para sí la sección. Sabido esto, no porque me lo comunicaran -su estrategia fue ejercer una presión contra mí basada en la falta de respeto y la mala educación- decidí que mis últimas entrevistas las escogería yo. Esa es la ventaja del despedido: no puedes hacer nada para que no te echen. Ya estás fuera.
Comencé con Guillermo Echegaray. Mi psicólogo. Con su ayuda había logrado colocarme en la vida adulta en un sitio en el que me reconozco a mí misma. Guillermo pertenece a una corriente psicológica que se enfrentaba con la nueva línea editorial que arrancaba en la revista. No lo hice a propósito. La vida es dialéctica. Tanto que mientras yo hacía las entrevistas también editaba los textos de la sección de psicología. El artículo del mes que inauguró mi expulsión chocaba frontalmente con mis convicciones. Defendía la legitimidad de un hijo a no querer a sus padres y a prescindir de ellos en su vida, y elaboraba un argumentario para que eso fuera bueno y buscado. Dudé si obedecer la orden expresa de quien mandaba de no pensar y solo actuar, pero seguí mi instinto y mi corazón. Prefería renunciar a un ingreso y saberme no cómplice, aunque fuera meramente formal, de aquel artículo tan triste y a mi parecer tan perverso.
Volviendo a la entrevista que nos ocupa, fue interesante regresar pasados dos años al diván con mi ‘loquero’, pero esta vez en una situación invertida: yo escuchaba y él hablaba.
Entrevista con Guillermo Echegaray
Las conversaciones que se convirtieron en entrevistas para su publicación suscitan en mí recuerdos de personas admirables y admiradas, y reflexiones del género periodístico que adoro. Rescato en este blog 44 encuentros con mujeres y hombres que tuvieron algo que decir y cuyos pensamientos todavía hoy merece la pena escuchar. Gracias a todos ellos. A su cordialidad, a su inteligencia y a su tiempo dedicado a responder a mis preguntas.
Mi entrevista más querida

Vicente y Ana Ferrer hablando conmigo
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