Mi entrevista más querida

Mi entrevista más querida
Vicente y Ana Ferrer hablando conmigo

José Miguel López . Periodista de Radio 3



Esta entrevista no la hice yo. O sí. O no. La preparé. La escribí. Pero si hablamos con propiedad, no la hice yo.  O sí. La historia fue que mi compañero-jefe se fue a Madrid con mi compañera. Llevaron el cuestionario preparado entre los tres. Supongo que sería así, aunque el documento salió de mi ordenador. A su vuelta, dejaron la cinta grabada en un sitio de nadie. Y ahí estuvo varios días. La redactora jefe reclamaba el texto que ninguno de los dos tenía intención de recuperar del casete. Yo no había estado con José Miguel López en Radio España, así que no me correspondía a mí hacerlo. Pero al final me tocó. 

Lo que en principio iba a ser un trabajo de edición se convirtió en todo un ejercicio de intentar sacar algo de esa conversación. Con un inconveniente añadido: había muchas partes de la entrevista que no lograba entender. Cuando López se ponía a divagar sobre músicos, grupos, movimientos y canciones era incapaz de llegar a saber qué decía. No le entendía, y si le entendía no comprendía qué estaba diciendo. La mayoría de las ocasiones, por no decir siempre, se trataban de expresiones inglesas y salvo Dylan, a mí se me escapan autores, corrientes, discos míticos... De manera que hice una copia y se la mandé al director de la revista, un  erudito de la música. Mi intención era inocente: él era contemporáneo de López y una biblioteca andante de la música de los últimos 40 años así que fácilmente me iba a transcribir los referentes. No imaginé que esto supusiera que a partir de ese momento la encargada oficial de entrevistar fuera yo. Para entonces ya había sido la autora de siete entrevistas, pero de forma extraoficial. Yo sólo ayudaba (¡!). El director, después de escuchar la grabación fue categórico: “las entrevistas a partir de ahora las haces tú”. (No sabía que ya las hacía). 

Cuando la entrevista se publicó, el locutor de Radio 3 habló de ella en su programa. La emisora era la banda sonora de la oficina donde trabajaba, así que lo oímos en directo. ¡Y mi compañero-jefe se hinchó de orgullo! Le estaba alabando una entrevista suya. Yo flipaba. Si había leído el texto y tenía algo de memoria debería reconocer que lo que se había publicado y lo que había sido grabado se parecía menos que un melón y un cohete espacial. El director sí se dio cuenta de ello. ¡Y se puso las medallas a sí mismo! Gracias a él había resultado una entrevista digna de elogio. Yo seguía flipando. Cierto que el director me había echado una mano al final, pero quien había logrado hacer algo que mereciera la pena leerse como una entrevista había sido yo. Quien le había dado al encuentro un espacio, un tiempo, una línea argumental, una coherencia. Quien la había convertido en entrevista era yo. 

Contemplé la escena atónita: el uno y el otro felicitándose y sintiéndose autores. En aquel momento no dije nada. Hoy puedo contarlo.   

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