De la mano de las palabras, mis entrevistas. Por Amaia Uriz
Las conversaciones que se convirtieron en entrevistas para su publicación suscitan en mí recuerdos de personas admirables y admiradas, y reflexiones del género periodístico que adoro. Rescato en este blog 44 encuentros con mujeres y hombres que tuvieron algo que decir y cuyos pensamientos todavía hoy merece la pena escuchar. Gracias a todos ellos. A su cordialidad, a su inteligencia y a su tiempo dedicado a responder a mis preguntas.
Mi entrevista más querida
Mario Merlino . Traductor
Y con Mario Merlino terminé mis años de entrevistadora para la revista. Un buen final para una buena etapa.
A Mario Merlino le seguía como traductor de Lobo Antunes, principalmente en la deliciosa página que cerraba el Babelia de El País. Todos los sábados esperaba aquella contra que me ha reportado momentos maravillosos. Recuerdo leer su nombre junto al titular del día: Mario Merlino, y preguntarme cómo ese hombre era capaz de traducir tanta poesía. Cómo podría mantener la plasticidad del texto. Durante años le pregunté cosas pero claro, no obtuve respuesta. Así que me inventé la ocasión de preguntárselo a él y esa oportunidad que no sospeché que pudiera darse, la convertí en mi final. Fue maravilloso.
Las dos horas del encuentro las guardo con mucho respeto y con mucha satisfacción. Sentados en su casa, en su cocina, emocionándonos por la literatura, riéndonos con algunos chismes, fumando mientras el humo enmarcaba una escena de verdad.
Mario me regaló un libro suyo de poemas (Arte cisoria), pero sobre todo me regaló un recuerdo muy especial: su persona.
Mario Merlino murió un sábado, el 28 de agosto de 2009. Juan Cruz escribió su obutuario en El País. En él citaba mi entrevista. Llamé con el periódico en la mano a Nuria, mi editora, la editoraconcarrito.
“Nuria, ha muerto Mario Merlino”, le comuniqué con tristeza. “La noticia la da Juan Cruz que utiliza mi entrevista para su obutuario”.
“La entrevista era muy buena”, contestó Nuria.
“El entrevistado era muy bueno”.
Entrevista a Mario Merlino
Belén Gopegui . Escritora
Cuesta reconocerlo, pero a Belén Gopegui le hice la entrevista sin haber leído un solo libro suyo. Me documenté sobre su persona a través de otras -escasas- entrevistas, leí reseñas sobre sus escasos libros y las críticas del guión en el que se basó una película de una de sus novelas. Estaba obligada a encontrar a una escritora que tuviera algo que decir. Probé suerte con Almudena Grandes pero no logré que me dedicara su tiempo, así que opté por Gopegui convencida por un solo dato: su mentora fue Carmen Martín Gaite. Si había gustado a la mejor/el mejor escritor de su época, no había duda de que estaba ante una escritora que merecía la pena.
A la dificultad de conocerla poco y desconocer su obra, se sumó el añadido de que Gopegui no acostumbra a conceder entrevistas. No le gustan, pero mi insistencia sirvió para intercambiar un par de faxes: mandé el cuestionario por medio de ese aparato que hoy parece arcaico y ella me contestó por el mismo medio, aunque entonces sí hubo una conversación telefónica algo más profusa, en la que me comprometí a respetar lo que ella decía: había tenido malas experiencias en las que habían tergiversado sus palabras y no quería que esto volviera a suceder.
Después me leí sus libros. Todos. Y me han gustado. Unos más, otros menos, pero estoy convencida de que estamos ante una escritora que le incomoda toda la parafernalia que rodea a los escritores de éxito. Le gusta escribir, tiene talento, pero no quiere pagar el precio de la fama a la que está ligado hoy este oficio. Por eso se sigue presentando muy oscura.
Aunque ahora que leo estas líneas, no estoy de acuerdo conmigo. Creo que Gopegui sí se expone, sólo que la silencian los grandes medios, porque su voz es tremendamente incómoda. Y coherente.
Entrevista con Belén Gopegui
Jaume Valcolva . Editor
Un día sentí la ilusión de andar por las calles de ‘Nada’, la que imaginó mi yo adolescente cuando leí a Carmen Laforet. Fue la mañana que paseé por la calle Muntaner al terminar la entrevista con un editor de relato. Recuerdo salir de aquel edificio blanco y andar hacia el paseo de Gracia sintiéndome muy feliz. Había podido compartir una hora de mi vida con un enamorado de la literatura. Con un intelectual de verdad. Con alguien que respondía a lo que espera de la ciudad. La ciudad del mercado de San Antonio al que acudí en dos ocasiones obedeciendo a mi padre para buscar números de Corto Maltés. Fue maravilloso saber que existía aquella Barcelona que yo nunca había logrado ver. Me conformé con catarla.
Reconozco ahora que mi desencuentro con la ciudad está justificado: yo le exijo mucho más de lo que ella, tacaña, me quiere dar sin recibir de mí nada a cambio.
Entrevista con Jaume Valcorva
Albert Monteys . Director de la revista satírica El Jueves
Me debe unas gafas de sol de Kenzo de pasta que dejé olvidadas en su casa. Se las reclamé y me respondió un mail diciendo que me las mandaba. Esto es lo que más recuerdo de este entrevistado. Y que me dijo que Mahoma saldría en portada en el número que estaban cerrado.
Mis gafas nunca me llegaron.
Mahoma no fue portada de ‘El Jueves’.
Entrevista con Albert Monteys.
Ramón Buenaventura . Humanista
El Café Gijón, a las 5 de la tarde en invierno no es el mejor lugar para grabar una entrevista. En la calle llovía y hacía viento. En el interior, el humo llenaba de nubes la atmósfera y las conversaciones producían un ruido de tempestad. Ramón Buenaventura no se quejó.
¿Cómo se puede ser tan humano, modesto e interesante sin irradiar ego? Su rostro vivido, sus canas recogidas en una coleta, su voz con ese acento de los que no tienen acento servirían para ilustrar la imagen de un intelectual. Sustantivo denostado por quienes sin pudor se autoadjetivan con él. Pero Ramón es un intelectual. Todavía quedan algunos de verdad.
Las preguntas de esta entrevista se han quedado viejas, pero la metafísica que sostienen las respuestas no tienen fecha de caducidad.
Entrevista con Ramón Buenaventura
Marta Arasanz . Sexóloga
La razón de esta entrevista se debe a una estrategia urdida a medias con mi redactora jefe, Ainara. Ambas, pero sobre todo ella, queríamos publicar una Guía práctica sobre sexo. Como hasta el momento los argumentos de su necesidad y conveniencia no habían llegado a buen puerto, decidimos hacer una entrevista que tocara el tema. De esta forma podíamos demostrar que se podía hablar de sexo sin herir susceptibilidades, con delicadez y sin ñoñerías. Aunque para nuestra generación era una obviedad, quienes nos precedían parecían guardar todavía ciertos tabúes, así que fuimos directas a destruirlos.
La entrevista se manifestó fértil: a los dos años publicamos la guía de sexo.
Entrevista a Marta Arasanz
Guillermo Echegaray . Psicólogo
Mi trabajo tenía las entrevistas contadas. Aunque no te veas la cara ni hables por teléfono, es fundamental otorgar autoridad a quienes tienen el poder de cambiar el titular y el deber de comunicártelo. También tenían el poder de echarme y eso es lo que decidieron hacer. El matrimonio que se quedó con el mando de la revista quería para sí la sección. Sabido esto, no porque me lo comunicaran -su estrategia fue ejercer una presión contra mí basada en la falta de respeto y la mala educación- decidí que mis últimas entrevistas las escogería yo. Esa es la ventaja del despedido: no puedes hacer nada para que no te echen. Ya estás fuera.
Comencé con Guillermo Echegaray. Mi psicólogo. Con su ayuda había logrado colocarme en la vida adulta en un sitio en el que me reconozco a mí misma. Guillermo pertenece a una corriente psicológica que se enfrentaba con la nueva línea editorial que arrancaba en la revista. No lo hice a propósito. La vida es dialéctica. Tanto que mientras yo hacía las entrevistas también editaba los textos de la sección de psicología. El artículo del mes que inauguró mi expulsión chocaba frontalmente con mis convicciones. Defendía la legitimidad de un hijo a no querer a sus padres y a prescindir de ellos en su vida, y elaboraba un argumentario para que eso fuera bueno y buscado. Dudé si obedecer la orden expresa de quien mandaba de no pensar y solo actuar, pero seguí mi instinto y mi corazón. Prefería renunciar a un ingreso y saberme no cómplice, aunque fuera meramente formal, de aquel artículo tan triste y a mi parecer tan perverso.
Volviendo a la entrevista que nos ocupa, fue interesante regresar pasados dos años al diván con mi ‘loquero’, pero esta vez en una situación invertida: yo escuchaba y él hablaba.
Entrevista con Guillermo Echegaray
Comencé con Guillermo Echegaray. Mi psicólogo. Con su ayuda había logrado colocarme en la vida adulta en un sitio en el que me reconozco a mí misma. Guillermo pertenece a una corriente psicológica que se enfrentaba con la nueva línea editorial que arrancaba en la revista. No lo hice a propósito. La vida es dialéctica. Tanto que mientras yo hacía las entrevistas también editaba los textos de la sección de psicología. El artículo del mes que inauguró mi expulsión chocaba frontalmente con mis convicciones. Defendía la legitimidad de un hijo a no querer a sus padres y a prescindir de ellos en su vida, y elaboraba un argumentario para que eso fuera bueno y buscado. Dudé si obedecer la orden expresa de quien mandaba de no pensar y solo actuar, pero seguí mi instinto y mi corazón. Prefería renunciar a un ingreso y saberme no cómplice, aunque fuera meramente formal, de aquel artículo tan triste y a mi parecer tan perverso.
Volviendo a la entrevista que nos ocupa, fue interesante regresar pasados dos años al diván con mi ‘loquero’, pero esta vez en una situación invertida: yo escuchaba y él hablaba.
Entrevista con Guillermo Echegaray
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