Menudo lío que montamos con esta entrevista. Eso de dar voz a los presos en una revista editada en el País Vasco levanta ampollas. Aceptemos que tuvo que ser buena. Sólo asustó el entrecomillado destacado pero el texto calmó la herida.
Llegué a Julián Ríos a través de un abogado de Pamplona que participa en una red de abogados que prestan su oficio gratuito a presos olvidados por todos. Ríos fue el tercer nombre que me dictó. El hecho de que fuera profesor en la conservadora institución jesuita me decantó por él. Recuerdo los pasillos de los despachos de los departamento de la Universidad Pontificia de Comillas que se supone que tremendamente elitista. Para ricos. Un laberinto de celdas minúsculas albergaban en grado cartujano los despachos. La ostentación material no la vi.
Salimos a charlar a un parque cercano que olía mal. Uno de esos jardines pequeños que encuentras en mitad de Madrid y que si atraviesas rápido no captas su miseria. Pero si te sientas y observas a tu alrededor te ves sorprendida por escenas duras protagonizadas por personas ajenas a la cotidianidad de trabajar, pasear o comprar. Sonaban constantemente sirenas de policía mientras escuchaba a un convencido laico de la bondad del ser humano.
Entrevista con Julián Ríos
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